Octavio Rodríguez Araujo

Octavio Rodriguez Araujo

Luis Hernández Navarro
La hora de los pelucones mexicanos.
Por Luis Hernández Navarro

En Derechas y ultraderechas en México Octavio Rodríguez nos ofrece lo que es, simultáneamente, un afortunado álbum fotográfico de la familia de los pelucones mexicanos y una precisa descripción de su árbol genealógico.

Presentación del libro, Martes 26 de Noviembre de 2013

En Derechas y ultraderechas en México Octavio Rodríguez nos ofrece lo que es, simultáneamente, un afortunado álbum fotográfico de la familia de los pelucones mexicanos y una precisa descripción de su árbol genealógico.
Pelucón es un término, usualmente despectivo, que hace alusión al uso anacrónico de las pelucas por la aristocracia chilena conservadora del siglo XIX. Hugo Chávez, Rafael Correa, Nicolás Maduro, y otros políticos sudamericanos progresistas lo han utilizado en distintos momentos para referirse a aquellos que, además de oponerse a la revolución bolivariana, han hecho fortuna con fondos públicos. El pueblo llano lo usa para identificar personajes de estratos medios y altos que, por origen, posición o aspiración socioeconómica, defiende posiciones de derecha. Curiosa ironía que se les designe de esa manera porque Henrique Capriles, el hombre de la derecha venezolana, está más cerca de tener una apariencia metrosexual que de un personaje de la corte.
En este álbum de fotos aparecen lo mismo carcamanes fachos con olor a sacristía que añoran las andanzas de Primo de Rivera, que modernos tecnoburócratas con pretensiones cosmopolitas que conducen los destinos de nuestro país viendo hacia Washington. Es así como, en las páginas del libro, encuentra uno retratos como el de la espía alemana nazi Hilda Krueger, amante del presidente Miguel Alemán y del subsecretario de Hacienda Ramón Beteta, y actriz de películas como Casa de mujeres y El día que murió el amor. También de personajes salinistas (y podría haber añadido zedillistas sin ningún problema) todos ellos de derecha, que, como recordó Gabriel Zaid en un reciente artículo, estaban dotados de la convicción tranquila de que tener el poder es tener la razón, se sentían fundadores de una modernidad necesaria más allá de la tradición, y hablaban a los periodistas extranjeros que dominaban el español y entre ellos mismos en inglés.
(Sin ir más lejos, basta con asomarse al artículo del día de hoy de Jackes Rogozinskis en Reforma, en el que, para justificar el rescate gubernamental de Juan Díaz de la Torre al frente del SNTE, con un modesto cañonazo de 5 mil millones de pesos, confiesa que regresó a México hace menos de un año, después de estar en Estados Unidos durante 17, para, a continuación, regañarnos por nuestra ignorancia financiera).
Derechas y ultraderechas en México es un ensayo que resume e interpreta, en poco más de 150 páginas, más de 80 años de nuestra historia. Su extensión es un aliciente y un facilitador para su lectura. Un magnífico destilado de una montaña de lecturas y reflexiones. "Ustedes disculparán pero no tuve tiempo para ser más breve" -decía, Jorge Luis Borges, antes de que esa luminaria intelectual llamada Vicente Fox lo rebautizara como José Luis-. Pues bien, Octavio si tuvo tiempo para ser más breve, pero, no por ello, menos profundo.
El libro continúa, en otro plano, los estudios sobre la derecha mexicana realizados desde la crónica periodística militante de izquierdas por Mario Gill en La década bárbara, y por los trabajos de divulgación histórica de Gastón García Cantú, agrupados en el quinto volumen de sus obras completas. Digo continúa porque el ensayo de Octavio, como el de los autores referidos, no es sólo un frío estudio académico sino, una denuncia. No hay en sus páginas un sólo juicio positivo de la derecha o la ultraderecha mexicanas, y en sus conclusiones alerta sobre su despliegue en la arena política nacional. Señalo que el libro hace su análisis de la derecha mexicana desde otro plano, porque la reflexión de Rodríguez Araujo, a diferencia de los otros dos historiadores/periodistas, nos ofrece una visión de conjunto, no parcelada, podríamos decir orgánica, de esta corriente política. Los libros de García Cantú y Gill sobre la derecha son recopilaciones de episodios ejemplares de los pelucones mexicanos pero no ofrecen un análisis totalizador como el que nos brinda Derechas y ultraderechas en México.
Es un ensayo que utiliza muchas citas y referencias académicas. Un ensayo que reúne las características del género, pues es un escrito serio y fundamentado que sintetiza un tema significativo; reflexiona subjetivamente; mezcla diversos elementos y, no ofrece explicaciones detalladas. Sin embargo, en ocasiones parece tener, también, el formato de un artículo académico.
El libro fluye como una lección impartida frente al salón de clases. En ocasiones tiene un tono coloquial. El autor nos cuenta historias, reflexiona sobre ellas, aventura hipótesis, comparte sus puntos de vista más allá del texto, incluso hace su autocrítica sobre lo que escribió en textos anteriores, se confiesa, pone sobre la mesa (o, más bien, sobre el papel), sus filias y sus fobias. Este estilo de exposición hace que su lectura sea amena, interesante, y, por momentos, hasta divertida, sin perder nunca la seriedad y la rigurosidad en sus argumentos.
Sus páginas están salpicadas de provocaciones. De repente, nos dice, que en sus orígenes, el PAN estuvo a punto de ser de izquierda. A continuación, saca el mandoble de la crítica para cortar de certero golpe, sin contemplación alguna, la cabeza de Vicente Lombardo Toledano. En algún momento se refiere a los enemigos del cardenismo que abrazan las banderas de la izquierda como "cartuchos quemados". A lo largo del libro, uno puede ver muchas y largas referencias al antijudaísmo presente en la ultraderecha mexicana. Y digo que son provocaciones porque, en otro contexto, todas estas afirmaciones requerirían -me parece- una aproximación más en los grises y menos en el blanco y negro, tratadas más con la precisión del bisturí que con el accionar del machete. ¿Acaso el PAN no era el partido de los banqueros? ¿No fue del lombardismo que surgieron las primeras guerrillas modernas? ¿A poco esos "cartuchos quemados" actuaban sólo por haber quedado fuera del presupuesto, y, como dice el dicho, pasar a vivir en el error? ¿Tuvo tanta importancia el inadmisible y ominoso antijudaísmo en México, a pesar del reducido tamaño de la comunidad judía en México y de que, la hostilidad hacia los chinos fue mucho peor?
Derechas y ultraderechas en México describe la política a la mexicana, con su dosis de cinismo y prestidigitación, con su tramoya y su escenografía, como un teatro japonés de sombras, o, más aún, como una puesta en escena de títeres: el PCM sirvió en 1946, como instrumento -dice Octavio- para presentar a Miguel Alemán como un candidato de centro. Aunque no cumplía con los requisitos se estableció un artículo transitorio en la ley para concederle el registro. "Más obvio no podía ser".
Preciso en los conceptos que usa, Rodríguez Araujo define al gobierno de los pelucones como aquel que no promueve un mayor igualitarismo y refuerza las desigualdades sociales. Y de ultraderecha sí, además de lo anterior, lleva a cabo prácticas represoras, racistas, xenófobas, contrarias a diversas expresiones culturales y religiosas.
Las derechas, nos dice, se plantean las libertades (incluidas la de empresa y la de mercados) en un ambiente de dominación, pero no la tendencia al igualitarismo que contradice la lógica del capital. Las ultraderechas, son, adicionalmente, menos tolerantes y tienen formas totalitarias tanto de pensamiento como de poder.
Es, en este enfoque, que se extraña una reflexión más de fondo sobre la cuestión indígena en México, en la que se sintetizan los prejuicios del racismo conservador en nuestro país. La negativa a reconocer los derechos de los pueblos originarios es, me parece, una de las piedras de toque medulares para trazar una clara distancia entre la izquierda y la derecha.
Podría añadirse que, las nuevas derechas, reivindican el dogma de la superioridad moral de la libre empresa sobre la esfera de lo público, y la convicción de que en el mercado se encuentra una escuela de virtud ciudadana. Durante las últimas tres décadas, la nueva derecha emprendió una feroz ofensiva contra el Estado de bienestar y los derechos sociales. Según ella, las redes de protección social promueven la pasividad de los pobres, no han mejorado sus oportunidades y han creado una cultura de la dependencia. Lejos de solucionar el problema lo ha agravado al reducir a los ciudadanos a sujetos pasivos de la tutela burocrática. Su asalto al principio de ciudadanía se acompañó de una reivindicación de las supuestas virtudes cívicas del mercado y de las corporaciones. Según los nuevos pelucones, ser empresario es sinónimo de honestidad, eficacia y capacidad, tanto en el ámbito corporativo como en el público; en el libre mercado está el camino de la redención social.
Aunque Octavio no comparte el término en su texto, las nuevas derechas se han adherido a los dogmas de la Revolución Conservadora de Margaret Thatcher. Curiosa ironía. ¿Acaso el concepto de derecha no está asociado con el de conservación del status quo? ¿Cómo se puede llamar a una revolución para defender el orden establecido? No hay en ello novedad. Si los pelucones asaltan los bienes públicos y la propiedad estatal también pueden robarle a la izquierda, sin pudor alguno, sus banderas y sus conceptos emblemáticos. Sin ir más lejos tenemos el reciente intento de la administración de Peña Nieto de justificar la privatización petrolera en nombre del general Lázaro Cárdenas, o la pretensión de Enrique Krauze de enfrentar a los maestros democráticos que rechazan la reforma educativa con el legado de Othón Salazar, cuando son sus herederos directos.
Octavio considera que las nuevas derechas no son muy diferentes de las viejas, pues ambas favorecen las desigualdades sociales. Unas y otras han hecho lo mismo a final de cuentas.
El ensayo de Rodríguez Araujo tiene como uno de sus ejes centrales de análisis el periodo cardenista de 1934-1940. De hecho, casi la mitad del libro está dedicado a explicar este periodo o a reflexionar sobre otros episodios históricos de la derecha mexicana desde el cardenismo, y los capítulos posteriores se deslizan en el eco de las olas del mandatario de Jiquilpan.
El gobierno de Cárdenas -señala la obra- tuvo características de bisagra entre sus antecesores, caudillos de tipo bonapartista, y los posteriores, gobernantes fuertes pero subordinados directamente a los intereses del capital en los que el populismo, que siguió existiendo, fue sólo retórico o discursivo. El no fue socialista pero en su gobierno hubo políticas que promovieron, por diferentes vías, un mayor igualitarismo, aunque la democracia formal haya sido un bien escaso. Sin embargo, para la derecha fue, y sigue siendo, el mismo demonio.
Con Ávila Camacho -asegura- se inició la serie de gobiernos de derecha en México, aunque si somos rigurosos dicho giro comenzó, poco a poco, en 1939-1940. Los sucesivos gobiernos fueron de derechas por la represión a los movimientos sociales, unos más autoritarios que otros, sin entrar en políticas económicas y sociales. Todos fueron anticomunistas. López Portillo -nos dice- fue el presidente de transición entre el viejo régimen y los que seguirían el neoliberalismo como ideología.
Rodríguez Araujo no soslaya el papel de lo que Mario Gill llamaba "Nuestros buenos vecinos" en el desarrollo de esta corriente política. "La mayoría de los estudiosos de las derechas y las ultraderechas en México o en América Latina -dice Octavio- enfatizan el papel de la Iglesia católica, de los fascistas, los nazis o los franquistas en nuestros países y soslayan el de Estados Unidos, como queriendo dar a entender que son democráticos y los otros de tendencias dictatoriales e incluso totalitarias. Muchos grupos anticomunistas obtuvieron recursos de la embajada yanqui."
De paso, como para que no los olvidemos, Octavio nos recuerda cómo se puso sobre la cabeza de los ciudadanos críticos de este país una enorme Espada de Damocles. En 1941, en el marco de la II Guerra Mundial, se reformó el artículo 145 del Código Penal para consignar el delito de disolución social dirigido a quienes llevaran a cabo actividades que pusieran en peligro nuestra soberanía o provocaran desórdenes públicos de importancia. Con él -señala el autor- la oposición "tendría que expresarse sentada en un sillón y encerrada en su casa sin abrir la ventana que diera a la calle y, obviamente, sin megáfono". La derogación de este delito fue una de las demandas centrales del movimiento estudiantil popular de 1968, a sugerencia de la cantante Judith Reyes. Su restauración es un sueño reiterado de la derecha mexicana, revivido ahora por las protestas de los maestros democráticos contra la mal llamada reforma educativa. Se extraña en el ensayo, una reflexión más amplia del rechazo de la derecha mexicana hacia los libros de texto gratuito. Serviría para ilustrarnos como sus promotores son los mismos que hoy impulsan la llamada reforma educativa, y han organizado una verdadera cruzada moral contra el magisterio y la educación pública. También, una descripción más precisa del papel de Benjamín Argumedo en la matanza de chinos de Torreón en 1911.
El libro termina con la constatación de que, en la actualidad, los gobiernos neoliberales son más de derecha que sus antecesores "nacionalistas revolucionarios" y están "haciendo de las suyas". "Hemos llegado -dice Octavio- al deplorable caso de que los partidos, unos y otros, se parecen en la mayor parte de sus planteamientos y proyectos.
El filósofo polaco Václav Havel decía que "a veces nos hace falta hundirnos en lo más profundo de la miseria para reconocer la verdad, del mismo modo que nos hace falta caer hasta el fondo del pozo para descubrir las estrellas". Eso que describe Octavio es ya el estar en el fondo del pozo. Su libro, sin dudarlo, nos ayudará a todos a ver las estrellas. Una de muchas razones para leerlo.
¡Felicidades Octavio! ¡Gracias por este ensayo!


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