Octavio Rodríguez Araujo

Octavio Rodriguez Araujo

Soledad Loaeza
Octavio Rodríguez Araujo es una figura central en el desarrollo de la Ciencia Política en México.

"... sólo un politólogo puede acceder al corazón del problema del poder que en cada caso late de manera diferente y transmite mensajes de distinta intensidad a destinatarios que no son evidentes."

Soledad Loaeza
Ciudad de México, 18 de Agosto de 2016

Agradezco a mi buen amigo Octavio Rodríguez Araujo que me haya invitado a participar en esta presentación en la que comparto la mesa con distinguidos colegas y amigos queridos como Angélica Cuéllar, Mauricio Merino y Javier Oliva. Estamos hoy reunidos para celebrar la aparición del nuevo libro de Octavio, pero creo que podemos aprovechar la ocasión para celebrar también los aniversarios que festeja: el de diamante que son los 75 años; y las bodas de oro con la UNAM, donde ha desarrollado una prolífica carrera académica, ha impartido clases, dirigido seminarios y creo yo, ha formado a cientos de politólogos.

Octavio Rodríguez Araujo es una figura central en el desarrollo de la Ciencia Política en México. Esta disciplina que es entre nosotros relativamente joven ha alcanzado un notable grado de madurez gracias a reflexiones, a análisis que como los de Octavio han contribuido no solamente al conocimiento y a la comprensión de la política en nuestro país, sino que, en mi opinión también han hecho aportaciones de largo alcance al cambio en la realidad.

La ciencia política no es una disciplina típica de la torre de marfil. Avanza golpe a golpe lo que ocurre afuera de la torre; con ese mundo real que nos plantea a diario discontinuidades, desafíos sin precedentes a los que no podemos escapar. El instrumental que nos ofrece la ciencia política nos ayuda a construir explicaciones informadas y profesionalizadas de esos fenómenos, y a poner orden en el mundo caótico del conflicto y la competencia por el poder. Pensemos únicamente en los dilemas que enfrenta hoy el gobierno frente a la movilización de la CNTE. Un abogado lo resuelve con base en la ley, pero sobre todo en procedimientos; un sociólogo examinaría las redes en el seno de la comunidad magisterial, podría quizá identificar los canales de comunicación, los centros de poder, los liderazgos informales; pero sólo un politólogo puede acceder al corazón del problema del poder que en cada caso late de manera diferente y transmite mensajes de distinta intensidad a destinatarios que no son evidentes. Pensemos en la movilización electoralista de los años ochenta, cuando un puñado de municipios en el norte del país cayó en manos del PAN. Los incipientes politólogos de la época enfocaron su lente en esa región del país, examinaron las estructuras locales de poder, su relación con el poder federal, el papel de los movimientos de oposición y su integración a un partido político -uno de los temas que más preocupa a Octavio, como bien lo vemos en este libro. Recordemos solamente que una de sus hipótesis más sugerentes es que un movimiento político que no se acoge a la forma institucional de un partido está condenado a desaparecer.

A partir de lo que ocurrió en Chihuahua, Sonora, Durango, Baja California en 1986, empezamos a estudiar el voto, la organización partidista, las formas de protesta y de movilización que terminan por ser capturadas por un partido, en este caso, el más viejo, que era también el más conservador, el que era menos amenazante, el PAN.

Así se produjo una feliz simultaneidad entre el surgimiento de los politólogos como un grupo profesionalizado de especialistas y el cambio político, la creciente relevancia de los partidos de oposición al partido en el poder impulsada por la LFOPPE de 1977. Las propuestas de ley, las referencias a procesos similares que se desenvolvían en otros países en esa coyuntura, el reconocimiento de la pluralidad política de la sociedad, fueron en buena medida obra de los pioneros de una ciencia política que así ganó su autonomía del derecho y de la sociología. Entre ellos podría citar a Rafael Segovia, Enrique González Pedrero, Víctor Flores Olea, Manuel Villa, José Luis Reyna, que nos precedieron y que abrieron un camino que luego tomamos otros que, al igual que ellos hemos tenido la fortuna de vivir directamente el cambio de régimen político, la transición del país de partido hegemónico al multipartidismo que es hoy la cara de la democracia mexicana.

Digo yo que ha sido muy afortunada esta coincidencia porque muchos de los conceptos que aprendimos a entender en los libros, nos fueron impuestos por la realidad, y obligados a utilizarlos los entendimos mejor, eso creo. Y no me cabe duda de que esa coincidencia agudizó nuestra sensibilidad analítica. El recurso a esos conceptos y a marcos analíticos diferentes impulsó entre las jóvenes generaciones un interés cada vez mayor por los fenómenos del poder, que ya no eran vistos exclusivamente como asuntos lejanos que involucraban sólo a los profesionales de la política, sino que se nos aparecieron como un poderoso instrumento para desentrañar la realidad y para transformarla. Creo que la obra de Octavio Rodríguez Araujo es emblemática del análisis profesional de la vida y de las instituciones políticas que ha contribuido de manera tan directa a nuestra comprensión del cambio político, pero también al diseño de decisiones políticas que han repercutido en el desarrollo institucional de nuestro país en los últimos años.

El libro que hoy comentamos está dedicado al tema de los partidos políticos, que preocupa a Octavio desde hace ya un buen número de años, y del cual es uno de los especialistas más reconocidos en México. En estos cinco ensayos, Octavio comparte con nosotros sus reflexiones a propósito de los partidos, y sintetiza consideraciones que ha madurado a lo largo del tiempo que lo llevan a establecer vinculaciones teóricas originales entre politólogos estadunidenses y textos clásicos del pensamiento marxista. Además, ofrece un amplio panorama de los partidos políticos en Europa, en Estados Unidos y en América Latina. En este libro encontrarán ustedes información actualizada sobre Argentina, Venezuela, Uruguay, además de México, desde luego.

En este texto encontramos las dudas que provocan en Octavio los partidos políticos, y se hace numerosas preguntas para pensar a los partidos políticos. Creo que muchas de esas dudas y preguntas también nos las hacemos nosotros que hemos pasado de la hegemonía de un partido que más que partido era un Anexo de la oficina presidencial, a una multipartidismo dominado por la tríada que forman el PAN, el PRI y el PRD -aunque este último es probable que en poco tiempo será sustituido por el partido que no quiere decir su nombre. El Movimiento de Renovación Nacional que encabeza Andrés Manuel López Obrador, MORENA, muy probablemente desplazará a un PRD irreconocible después de años de desprendimientos e injertos.

El régimen de partidos nos plantea dudas y preguntas porque se ha fortalecido en el contexto del debilitamiento del Estado que ha sido el resultado de las políticas liberales que se han aplicado en México de manera consistente por lo menos el último cuarto de siglo. Los neoliberales en el poder, un tema que Octavio trata extensamente, nos prometieron que iban a reformar el Estado para fortalecerlo, pero en realidad más que reformarlo lo desmantelaron y hoy en día tenemos un Estado disminuido que no es soberano frente a los intereses particulares y que no tiene tampoco autonomía de decisión en la geopolítica. Los neoliberales nos dejaron un Estado disminuido, manco y cojo, que no puede cumplir con algunas de sus funciones básicas, como hacer valer la ley, garantizar el estado de derecho, poner coto a los intereses particulares. En ese contexto los partidos son los protagonistas centrales de la vida política. Puede parecer que vivimos en una democracia, pero si recordamos que mientras los partidos representan las fracturas de la sociedad -religiosas, ideológicas, políticas-y el Estado es la instancia que representa lo que tenemos en común, entonces la prominencia que han adquirido los partidos cambia de significado. No es función de los partidos resolver esas fracturas, sino representarlas. Es función del Estado resolverlas.

Al igual que Octavio, yo creo que los partidos son inescapables, son una pieza indispensable para el buen funcionamiento del engranaje de la democracia. Sin embargo, creo que esta situación no debe avanzar hasta desafiar la autonomía del Estado, como ocurrió en Italia en los años ochenta, y nos ocurre ahora en México; creo que los partidos le han arrebatado al Estado funciones que son de su competencia exclusiva. Por ejemplo, el INE es un órgano del Estado, que debería estar al abrigo de partidismos; no obstante, los nombramientos del Consejo General en lugar de obedecer a criterios de experiencia y conocimiento, son resultado de negociaciones interpartidistas. La penetración del INE por parte de los partidos representa una violación del espíritu de la ley y pone en peligro la credibilidad de una institución que fue clave en la construcción de la democracia y que sigue siendo una pieza central de ese engranaje.

Octavio se pregunta si los partidos pueden desaparecer, y debo confesar que hay días que lo deseo fervientemente porque en lugar de representantes de la voluntad popular, en lugar de legisladores, veo a un grupo de malandrines que se votan salarios estratosféricos y cuya preocupación fundamental parece ser cómo se van a beneficiar de la posición que ocupan, o ¿cómo van a ordeñar la curul? Muchos son los días en que creo que los partidos enrarecen el ambiente político, en lugar de esclarecerlo, en lugar de introducir cierto orden en el tumulto, los partido producen el tumulto y la confusión. Octavio responde a la pregunta a propósito de la desaparición de los partidos como si fueran como la materia: no desaparecen sólo se transforman. Yo no iría tan lejos, porque no son pocos los partidos en la historia que han desaparecido sin dejar rastro, por ejemplo, los liberales ingleses o el partido laborista mexicano.

No obstante, tratemos de imaginar un día sin partidos políticos. Tal vez sería un día sereno, el legendario cine Roble estaría majestuoso en su lugar, listo para iniciar la proyección de las películas concursantes en Cannes y en Berlín, no habría zafarranchos dignos de la Arena México en una lujosísima instalación oficial. Sin partidos políticos tendríamos un presidente sin intermediarios, no habría manera de comunicarse con él porque siendo el jefe de Estado no va a recibir a cualquier mortal, sobre todo si se trata de un estadio de futbol para La Barca, Jalisco.

¿Sin partidos políticos tendríamos que asistir diariamente a asambleas de barrio en las que discutimos y votamos el presupuesto del gobierno federal y local? Pronto se agotaría la paciencia de los asambleístas y estarían prestos a dejar todo en manos del poder ejecutivo que podría hasta olvidar que tiene que informarnos de lo que está haciendo.

Los partidos políticos nacieron -y nacen hoy todavía-- para organizar el voto, es decir, la participación; y son instrumentos legítimos porque representan la verdadera pluralidad política de las sociedades, y ésta nace de fracturas que son verdaderas diferencias, rupturas internas, algunas de ella insalvables. Los partidos políticos las representan. Mientras la organización política de una sociedad requiera de la representación y de la participación, habrá partidos políticos, tal vez no los partidos de masas de finales del XIX, pero sí las organizaciones más laxas, abiertas y móviles cercanas al partido de electores que en 1964 el politólogo alemán Otto Kircheheimer denominó el partido atrapa-todo.

Quisiera terminar con una pregunta que plantea Octavio, ¿Fueron los partidos los que hacen la democracia o ésta es la que hizo los partidos? No estamos en el juego del huevo o la gallina, aunque eso parezca. Del texto de Octavio se desprende que los partidos sólo se desarrollan en el medio favorable que genera la democracia; sin embargo, así no ocurrió en el siglo XIX ni en Francia ni en Inglaterra, donde los partidos se desarrollaron en el entorno autoritario de la Restauración, o del parlamentarismo elitista. Creo que así ocurrió y ocurre cada día porque lo que es inherente a toda sociedad es la diversidad de preferencias, y eso es lo que impulsa la organización de partidos, facciones, o como los quieran llamar. Sólo aquellos países donde se presume la unanimidad y la perfecta homogeneidad pueden aspirar a defender el partido único o la inexistencia de partidos. Todavía Fancisco Franco en 1965 decretó una ley que prohibía los partidos políticos con el argumento de que dividían a la sociedad.

Si me permiten antes de volver a felicitar a Octavio por la publicación de este libro le haré una última pregunta que no tiene que responder ni aquí ni ahora, pero ¿qué puede explicar la estabilidad del régimen de partidos en México? En casi toda América Latina la transición se llevó a viejos partidos y trajo otros, tal vez efímeros, pero en México el PAN (1939), el PRI (1946) y el PRD (1989) siguen siendo los principales protagonistas de nuestra vida partidista, a pesar de que cambiamos el modelo económico, el PRI perdió dos elecciones presidenciales consecutivas, ha habido un cambio generacional entre los funcionarios públicos, y el ascenso de las oposiciones significó la renovación del personal político, ¿o no?

Regresar